Grandes Iconos Universales XXIV: El Carro de heno, Hieronymus van Aeken Bosch, El Bosco, 1512-1515.

Tríptico del Carro de heno, óleo sobre tabla, 1515.
Hieronymus van Aeken Bosch (1450-1516), es el más original de los pintores góticos denominados primitivos flamencos. Hijo y nieto de pintores nace en Hertogenbosch (Holanda), pertenecía al Ducado de Brabante, y estaba integrado en los Países Bajos. En esta época, el Ducado era una de las cortes más prosperas de Europa, con una destacada industria textil y el relevante puerto de Amberes. Jeronimus nace una familia acomodada, con tierras y vinculada a la pintura, su abuelo, su padre, dos de sus tíos maternos y sus dos hermanos también fueron pintores. Obviamente, aprende el oficio en el taller de su padre, un taller que queda en manos de su hermano mayor. Tuvo una feliz juventud, en un momento del esplendor del Ducado con Felipe el Bueno. Luego vivió la época de inestabilidad y crisis con el gobierno de Carlos el temerario y María de Borgoña, que luego se casó con el emperador Maximiliano I, el ducado pasó a manos de los Habsburgo. Luego, Felipe el Hermoso, hijo de Maximiliano, se casa con Juana de Castilla, hija de los Reyes Católicos, con la idea de unir bajo un mismo trono al Ducado de Brabante, España y el Sacro Imperio Romano Germánico. En ese contexto histórico El Bosco fue madurando, se casó con Aleid van de Meervenne, una joven de buena familia con la que no tuvo hijos, y que sobrevivió al pintor. Entendemos que se ganaba la vida como pintor en su ciudad natal, aunque no hay certeza documental absoluta. Era un hombre de alta cultura y estudioso de la literatura de su tiempo y del acervo colectivo, en sus obras hay muchas referencias literarias y del refranero popular. Jeronimus en su longeva vida pintó muchas obras, de las cuales no se conservan todas al ser destruidas por la reforma protestante que las llegó a considerar inmorales. Su obra va a despertar recelos entre los sectores reformistas del clero, que pensaban que era una descripción demasiado explicita de los pecados.

Las tentaciones de San Antonio Abad, óleo sobre tabla de roble, 1510-1515.
Lo que es seguro es que formaba parte, junto a su padre, de la radical hermandad llamada Cofradía de Nuestra Señora, organización que condenaba constantemente esa sociedad depravada y abandonada a los placeres terrenales. Siendo admitido en dicha hermanada en 1486, una cofradía rica, cuyos miembros formaban parte de la clase alta de los Países Bajos. Este tipo de hermandades proliferaban un contexto de espiritualidad extremada y religiosidad dominada por el maniqueísmo. El Bosco participaba de forma activa en las actividades de la cofradía. Un momento en el que nos regala sus primeras obras como: La Extracción de la Piedra de Locura, donde ya manifiesta su singular estilo, al lograr crear un mundo extraño lleno de temas alegóricos, de ironía burlesca, de imaginación y fantasía. El Bosco es un hombre de su tiempo, y pronto su fama crece y empieza a firmar sus obras como Bosch o Hheronimus Bosch, sobrenombre en alusión a su lugar de nacimiento. La arquitectura de su ciudad natal se ve en muchas de sus obras. 

Mesa de los Pecados capitales, óleo sobre madera de chopo, 1505-1510.
Ya había realizado obras muy relevantes como: La mesa de los siete pecados capitales, con las escenas de los pecados alrededor de la representación de un ojo divino, que juzga las frivolidades y vicios mundanos, que van degradando al hombre. La nave de los locos, donde el Bosco realiza un sátira caricaturesca de las herejías, de la corrupción de la sociedad y del clero, o su extraordinario tríptico de Las tentaciones de San Antonio. Tanto prestigio tenía que Felipe el Hermoso le encargó un Juicio Final, desaparecido, una pena. En su ciudad natal ya firma como Hheronimus Bosch, aunque Felipe de Guevara afirma que en esta etapa final de su vida apareció un imitador que falsificaba su firma. Pero nadie podía imitar su desbordante imaginación, con la que no hacia una apología del delirio y el desenfreno, mas bien era una condena de los placeres y pecados mundanos. 

Tríptico del Jardín de la Delicias, grisalla sobre tabla de madera de roble, 1490.
Ejemplo de su madurez como pintor son sus dos famosos trípticos: el excepcional e icónico Jardín de las Delicias (cenit de su enigmático estilo, que ya tendrá su pormenorizado análisis en Mundo de Babel) y El carro del heno, del que nos ocupamos ahora. Ambas obras forman parte de la llamada, por el Padre Sigüenza, “pintura macarrónica”. En ellas El Bosco sublimó su capacidad creadora y su delirante imaginación. Él se basaba en su tiempo, en el arte de su época, en sus vivencias y lo que observaba en su entorno, lo manipulaba y el resultado eran tan insospechado como excepcionalmente bello. 
Detalle del Paraíso con esos ángeles mosquitos cayendo sobre Adán y Eva.
El tríptico del Carro de heno está dedicado a una de las obsesiones del Bosco, el pecado, especialmente, la ira, la gula y la lujuria. Curiosamente, se conservan dos trípticos, ambos pintados por El Bosco, con el tema del Carro de Heno, lo dos eran propiedad de Felipe II, uno se custodia en el El Escorial, y el famoso del Museo del Prado, donde se llevó en 1914. Y es que Felipe II, nuestro príncipe cristiano, cabeza de la ortodoxia cristiana europea, tenía una especial debilidad por la obra de El Bosco, ya tenía el tríptico del Prado y le compró el otro en 1570 a Felipe de Guevara. Estamos ante un cuadro moralizante cuyo centro es el Carro de heno en la tabla central ilustrando el Salmo XIV de la Biblia. Lo utiliza como metáfora para presentar la degradación por las debilidades a las que está expuesto el ser humano y que le hacen ser presa fácil del maligno. El Bosco afila su estilo e ingenio representando seres degradados y envilecidos dentro de un mundo irracional, delirante y lleno de fantasía. Es un símbolo de los placeres prohibidos, El Bosco crítica a aquellos que persiguen esos placeres, como única meta en su vida. Recrea el proverbio flamenco “el mundo es un carro de heno, del que cada uno toma lo que puede coger”. Un carro que simboliza que todo hombre, desde el noble al campesino, se afana en dejarse llevar por los placeres y atesorar bienes materiales, se deja engañar por el mal y eso le conduce al infierno. La lección del tríptico es la siguiente: hombre para no ser condenado, eternamente, en el infierno no es que tenga que hacer el bien, tiene que evitar a toda costa el mal en su periplo vital. El Bosco hace un manual soberbio de los ejemplos a evitar por el hombre, los exempla contraria. Al abrir el tríptico completamos los tres actos del drama de la Humanidad y del pecado humano. 

Tabla de la Izquierda, Paraíso.
En la tabla de la izquierda, Bosch ilustró el Paraíso y el origen del mundo, con Adan y Eva junto a los ángeles caídos. En relación con el Salmo XIV, representa el origen del hombre y de su primer pecado, el pecado original. El Bosco ilustra el origen humano y el mal para ser visto de arriba a abajo. La gloria de Dios en la parte superior arroja los ángeles caídos, representados como pecadoras figuras híbridas, entre humanos y mosquitos, que caen del cielo sobre el paraíso donde están Adan y Eva. Según De Tolnay, El Bosco identifica el mal con esos seres monstruosos e inefables y raigambre medieval, personajes oníricos con los que intenta recrear una especie de espejismo de la realidad social, una realidad desmaterializada reflejo de la depravación humana. Bajo la lluvia de esos seres, vemos al Padre Eterno creando a Adan y Eva. Más abajo la primigenia pareja junto a otro personaje híbrido, entre serpiente y humano, que induce a los primeros seres humanos al prístino pecado. Y así llegamos a la parte inferior donde se representa la expulsión de la pareja del Paraiso y el inicio del odisea humana por el pecado. 

Tabla del centro, la Humanidad.
En la tabla del centro, El Bosco nos muestra la Humanidad imbuida en el pecado, siguiendo el Salmo XIV, representa a “Yavé mirando desde lo alto de los cielos a los hijos de los hombres, todos se han descarriado, se han corrompido, ni uno solo hace el bien”. También es para ser vista de arriba a abajo, por eso debajo de Dios en los cielos representa ese pecado, que arrastra a la humanidad con el celebre Carro de Heno, como sublimación de la locura humana. El carro es una metáfora de lo temporal y efímero de las trivialidades del mundo, El Bosco ilustra el versículo del Salmo de Isaías utilizando un proverbio flamenco de su época que rezaba así: “toda carne es como el heno y todo esplendor como la flor de los campos. El heno se seca, la flor se cae". El heno es la temporalidad de los bienes terrenales, que los codiciosos humanos se afanan por conseguir. En palabras del Padre Sigüenza los hombres son “hijos del pecado y de la ira, olvidados de lo que Dios les manda (…) todos buscan y pretenden la gloria de la carne, que es como heno breve, finito, ­inútil”. Ese es el hilo conductor del tríptico del Carro del heno que todos los hombres, desde rey y el papa, pasando por el clero y la nobleza, hasta el campesinado buscan medrar y llegar a la cima del carro para lograr su porción de heno, utilizando la avaricia, la lujuria y el vicio, que censura a su estilo El Bosco. 

Detalle de la cima del carro de heno, con sus símbolos y demonio trompetero.
La parte central es la representación de esa lucha de estamentos sociales para subir al carro, para lograrlo se utilizan todo tipo de pecados, hasta el asesinato. El carro es llevado por sus seres monstruosos, los bienes materiales corrompen al hombre, esos seres son símbolos de que el pecado capital y material guia la humanidad. Se puede interpretar que esos seres inhumanos, que conducen el carro de la banalidad terrenal son los ángeles que caían sobre el paraíso que han mutado en forma demoniaca. En el centro, elevados sobre el carro, El Bosco introduce dos símbolos más sobre el árbol del pecado: el jarro, que ilustra la lujuria, y la lechuza, que simboliza la herejía. Debajo el contraste entre un ángel que pide clemencia la Señor y un demonio trompetero entonando una danza maligna que incita a los pecadores a subir al carro. Para El Bosco, la música es una incitación a la lujuria y voluptuosidad y es un tema recurrente en su obra. En parte inferior aparecen ilustrados distintos actos humanos cuasi indescifrables como: un charlatán hablando, una cíngara echando la buenaventura, puede ser una critica de la superstición, unas monjas y monjes junto a un curioso personaje con una gaita, símbolo de la ambigüedad sexual. Y es que el Bosco, del mismo modo que el surrealismo contemporáneo, trata de invertir las leyes de la realidad, e intenta plasmar un mundo desconcertante de creciente inventiva en una tabla central, que es una apoteosis del pecado humano, que conduce al infierno. 

Tabla de la derecha, Infierno.
En la tabla de la derecha, El Bosco nos adentra en el Infierno, el destino de los humanos pecadores de la tabla central, cada uno castigado en la medida de sus pecados. De nuevo, hay que contemplar la tabla de arriba a bajo, en el fondo, en la parte superior, El Bosco utiliza su recurrente fondo de incendio. Parece que contempló un gran incendio en su ciudad natal en 1476, eso marcó su mirada y retina, le dejo huella. Ese incendio le sirve de marco para distintos niveles de construcciones infernales entre las que se mueven los pecadores condenados, junto con toda serie de seres demoniacos. En ese incendio infausto se ve a seres y demonios como canteros creando una torre, en clara alusión a la Torre de Babel. Uno mide con un codo, otro sube por la escalera, otros en un andamio. Se aprecia como están construyendo nuevas estancias, es lógico pensar que El Bosco nos quiere decir que ya no hay espacio para más pecadores en el infierno y lo están ampliando. Por debajo distintas escenas, también difíciles de interpretar, de pecadores acompañados por su seres híbridos y monstruos, siendo castigados por los pecados cometidos en vida. Vemos a uno con una lanza atravesada sobre una vaca, una mujer llevada por un demonio y ser híbrido, mitad ciervo mitad humano. Y otros pecadores, más abajo, devorados por cánidos y, el más explícito castigo, un pecador desollado por un demonio. 

Tríptico cerrado, el Peregrino.
Al cerrar el tríptico, las dos caras exteriores nos muestran una única escena, la figura de un anciano peregrino, caminando por un camino, que simboliza la vida. Camino tortuoso lleno de peligros y pecados, su idea era mostrar que lo que había que hacer era evitar el mal. Un caminante perdido como en la Divina Comedia: “A la mitad del camino de nuestra vida, perdido el recto sendero, me encontré en una oscura selva…”. Ese es el caminante que nos muestra El Bosco, desorientado y abatido, deambulando por el camino con rictus melancólico, utilizando un bastón como defensa frente a un perro rabioso, símbolo de la ira, junto con unos cuervos sobre unos huesos, la muerte. Una muerte que también vemos al fondo, donde se puede atisbar la silueta de una horca. El anciano extraviado camina lastimoso dejando a sus espaldas, por un lado, a unos aldeanos danzando al son de una gaita tañida por un orondo monje, escena símbolo de la tentadora lujuria. Y por otro lado, tres personajes de difícil explicación que atan a otro hombre a un árbol, ladrones que parecen registrar sus posesiones y armas. El anciano, aunque sufriendo, ha logrado superar las adversidades y tentaciones del camino. El mensaje moralizante es claro: lograr resistir la atracción de las banalidades humanas, y el anciano lo logra siendo considerado un loco por los hombres, que ven lógico dejarse arrastrar por las pasiones materiales. 

Detalle del Infierno con los demonios construyendo la Torre y los pecadores torturados. 
En sus últimos años, su etapa final está marcada por cuadros devocionales de gran expresividad, colmados de detalles y caricatura intencionada cercana al humor cáustico, como la Coronación de espinas. El Bosco y su obra gozaron de gran notoriedad en vida, lo que provocó que muchas de sus obras fueran falsificadas y copiadas, por ese motivo se genera la controversia entre Holanda y el Prado por la autenticidad de la Mesa de la los Pecados Capitales. En concreto, el arquitecto y grabador Alaert van der Hameel incluyó en muchas de sus grabados elementos calcados a los del Bosco, algo que contribuyó a aumentar sus seguidores. Una fama que no ceso tras su muerte el 9 de agosto de 1516, se conoce dicha fecha por los registros de Cofradía de Nuestra Señora, donde se recoge que en ese día se celebró el entierro del difunto cofrade “Jeronimus van Aken pintor”. Sus contemporáneos y cofrades lo consideraban alguien muy eminente, y la “boscomanía” sobrevive a su muerte, mencionar la influencia que tuvo en Peter Bruegel el Viejo. Su fama llegó a Venecia y España, la gran colección que disfrutamos en el Museo del prado se debe a la devoción que Felipe II tenia por El Bosco, para el adalid de la ortodoxia cristiana “todos pintaban a los hombres como querían ser, él los pintaba como eran”. 

El árbol de la vida, más que posible autorretrato, tinta parda a pluma, 1500-1510. 
Jeronimus Bosch plasmó con su obra los miedos humanos a fines de la Edad Media, para algunos es una obra pictórica moralista, algunos especulan con que tenía neurosis y alucinaciones. Pero en realidad, estamos ante la obra de un genio absoluto de fantasía desbordante, que contiene un claro mensaje moralizante y adoctrinador. Su obra, como El carro de heno, es muestra de un mundo contradictorio e imaginativo, contemplarla es acercarse al pintor más enigmático de la historia del arte. Cuyo torrente de creatividad e inventiva lo convierten en irresistible para el ojo humano, como espectador nos vemos sumidos en su universo pictórico abrumador y melancólico, que refleja los temores humanos. Un genio que no se conformaba con la contemplación de la naturaleza, siendo un antecedente remoto del surrealismo del siglo XX, al crear un universo caótico y tenebroso colmado de deleites y horrores, que es fiel reflejo del mundo espiritual de fines de medievo. A pesar de representar la más absoluta ortodoxia eclesiástica, su obra pictórica se nos revela como mágica, como unos de los mayores alardes de creatividad y libertad artística de la historia, con una desbordante fantasía y con un esperpento surrealista adelantado a su tiempo. El Bosco con su inigualable estilo logra generar una emoción en la mirada del espectador pocas veces igualada en el arte, con su portentosa fantasía mágica nos hace evadirnos de la realidad. Al mirar sus obras, como espectadores dejamos el mundo real y nos introducimos en su mundo alegórico, logra la mayor pretensión el arte, generar tanta belleza y sorpresa que te haga abstraerte de la realidad. 

Bibliografía: 
I. G, Bango Torviso, y F. Marías. Bosch. Realidad, símbolo y fantasía, Madrid, Sílex, 1982. 
Charles de Tolnay. Jérome Bosch. L'oeuvre complete. París, Booking International, 1989. 

Enlaces Web: 

Fotografias: Wikipedia y Museo del Prado.

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