Grandes Iconos Universales XXIII: El Baño Turco, Dominique Ingres, 1862.

Le Bain Turc, 1862. Museo del Louvre, París.

Hace, relativamente, poco que tuve la suerte de redescubrir a Jean Auguste Dominque Ingres y su dibujo. Siempre pensé que el dibujo y la forma de tratar el cuerpo humano de Rafael o Miguel Ángel eran insuperables, pero Ingres iguala los genios del Renacimiento, e incluso los mejora por su original, personal y maravilloso estilo. Se inspira, lógicamente, en Rafael, Poussin o David, pero logra trascender su aparente academicismo neoclásico. Es un renovador del dibujo y el cuerpo con sus anatomías humanas llenas de evocación al pasado griego, el llamado estilo Trovador, pero les da su toque de distorsión, de exóticas líneas y orientalismo que lo hacen único. Ingres se inició con su padre, pintor mediocre, y en la Academia de Toulouse, donde despuntó su genial talento pictórico. Luego, desde 1796 en Paris, bajo la tutela del grande del neoclasicismo Jacques-Louis David, según uno de los discípulos de Ingres “... ya era hábil en el manejo del pincel cuando David se hizo cargo de la tarea de enseñarle”, en realidad a los 10 años ya era maestro del dibujo. Ingres pronto se desmarcó del academicismo de la escuela de David, con su dibujo exótico, sus colores y anatomías se desvinculaba del estilo neoclásico. 

Ingres en un autorretrato a los 24 años.
En 1806 se fue a Roma, donde vivió 18 años, y completó su formación, su conocimiento de la Antigüedad y del Quattrocento, de paso descubrió el genio de Rafael, que marcó, totalmente, su estilo. Ingres con su desbordante sensibilidad encumbró el prodigio del arte y anatomías humanas de Rafael. Va a igualar al maestro del Quattrocento y desarrollar un estilo propio marcado por voluptuosas líneas en sus desnudos femeninos llenos de pureza y exactitud en el dibujo, en obras magnificas como: su Gran Bañista, Zeus y Tetis o La Gran Odalisca. Unas primeras obras que no gustaron en inicio, no fue hasta 1841 a su regreso a París donde empieza a ser reconocido su genio y su obra es acogida de forma triunfal, exponiendo por primera vez en la Galería de Bellas Artes junto a Delacroix. Es curioso, que Ingres era también un gran músico, violinista de la orquesta del Capitolio de Toulouse, un genio en todos los sentidos. 

Jupiter y Tetis.
Hacía el final de su vida, 1862, Ingres va a sublimar su dibujo, sus figuras femeninas y su suntuosa desnudez en su obra maestra El Baño Turco, cenit de su exótico estilo, su orientalismo sinuoso y suave erotismo. Ingres trata el desnudo femenino desde una visión y carga erótica alejada de los cánones estéticos del academicismo neoclasicista. Dominique en sus desnudos nos sumerge y orienta  nuestras miradas hacia el placer sensual, lo carnal y lo oriental, como en La Gran Odalisca, considerado el primer gran desnudo de tradición moderna, paradigma de sus figuras femeninas ideales, sensuales, exóticas. El desnudo de la mujer era su tema favorito, junto a escenificación de la tradición clásica, de Roma y sus mitos. 

La gran Odalisca. 
El Baño Turco es su obra más llena de erotismo y sensualidad, siempre con su aire oriental y exotismo. En el Baño representa a un grupo de mujeres desnudas en un harén, creando un icono de cálido erotismo sin causar escándalo en su época. Ingres se inspiró en un relato del siglo XVIII que escribió Lady Montagu, esposa de un embajador inglés, tras visitar un baño turco, donde cuenta como un grupo de mujeres se arreglaban para la boda de una de ellas. En palabras de Lady Montagu “…había unas doscientas mujeres (…) bellas mujeres desnudas en poses diversas…unas conversando entre sí, otras dedicadas a su labor, otras bebiendo café o degustando un helado, y muchas tendidas indolentemente, mientras sus esclavas (odaliscas) se dedicaban a peinar sus cabellos a su capricho…”. 

La Bañista de Valpiçon o la Gran Bañista. 
Ese relato es la inspiración para el Baño Turco de Ingres, un cuadro de velado erotismo y vaporosa sensualidad que el pintor siempre mantuvo con él, trabajando sobre el cuadro durante años. Digamos que lo ocultó al ojo masculino y se comprueba que reflexionó mucho sobre su obra al decidir cambiar su formato. En origen era rectangular pero, finalmente, se decanta por un tondo (disco o medallón circular utilizado para la pintura desde la Antigüedad, aunque no sea muy habitual). Con el tondo rinde homenaje a su querida tradición clásica y al Renacimiento, y además le da mucho más sentido a su carga erótica. La circularidad del nuevo Baño Turco insinúa que el baño del grupo de mujeres sería contemplado a través de un óculo o vano circular a modo de sublime delectación voyeurista, los espectadores miramos de forma furtiva al interior.

Centro del Baño Turco con la Bañista tocando el laúd, y la sutil escena lésbica de la sultana y la joven detrás de la esclava con brazos elevados.

Ingres tiene ya 82 años cuando termina el Baño Turco, como el desnudo femenino es una de sus constantes, no utiliza modelos para su grupo de mujeres, los miles de bocetos y estudios anatómicos que había hecho son los que reutiliza como modelos. En el centro de la composición tenemos una mujer de espaldas con un turbante en la cabeza que está tocando un laúd, que no es otra que su celebre bañista de Valpinçon. Ingres la colocó en la misma posición, sólo variando su brazo izquierdo para insinuar su seno, que está tocando el laúd al resto de mujeres de la escena. Una figura que es punto de luz en contraste con la mujer que está bailando al fondo en la penumbra. A la derecha, también en primer plano, tenemos una odalisca o esclava con los brazos en alto, que parece inspirada en un bocetos que el pintor hizo de su mujer Madeleine en 1818. Delante de la odalisca con los brazos levantados, tenemos la curiosa inclusión de un bodegón en forma de manta roja y mesita con una tetera plateada, una taza, una jarra y otro elemento de porcelana de un colorido y florido azul. Ingres sublima su estilo, alarga de forma exagerada y consciente la espalda de la esclava, una alargada y exótica anatomía con la que busca el efectismo dejando de la lado la coherencia de lo real y logrando expresar belleza a través de lo inverosímil.

Parte baja y primer plano con la mesita bodegón y las anatomías alargadas y peculiares como la de la odalisca.

Tras la odalisca el atrevimiento de Ingres le hace incluir una escena de claros aires lésbicos, una mujer tocada con una corona (la madre del Sultán) acaricia el pecho de otra mujer más joven, una osadía llena de erotismo. Detrás de esa escena otra mujer sostiene un incensario mientras mesa los cabellos rubios de una joven, otra muestra de una genial composición de ritmo cadencioso, las mujeres se reparten en planos yuxtapuestos sin mirarse. Un gran grupo de cuerpos femeninos en múltiples ademanes y posturas, algunas están charlando, otras bailando, comiendo o tomando café, todo el grupo está tumbado o sentado alrededor a una piscina, muchas acaban de salir del agua y están secándose. El pintor lograr su objetivo la idealización de la belleza erótica del cuerpo femenino con sus curvaturas y variaciones, el Baño Turco es el cenit de su genuino estilo. Ingres cambió el desnudo y el universo femenino, se nos revela como un espectador indiscreto de sus mujeres ideales y colmadas de un original erotismo.

Otra vista del centro con el cadencioso y sensual grupo de mujeres. 

Su devoción por el desnudo femenino no puede ir desligada de su influencia orientalista. Un orientalismo muy evidente y que está muy presente en su suntuosa desnudez, como en La Gran Odalisca (con su abanico, turbante y pipa) y, como no, en el Baño Turco. Es muy curioso que Ingres nunca visitó las civilizaciones orientales, ni Oriente Medio o Próximo. A diferencia de otros contemporáneos suyos, como el romántico Delacroix, que estuvo en Argelia. Ingres utiliza lo orientalizante como excusa para dar sensualidad a sus desnudos femeninos, ya que la inclusión de elementos orientales tales como: un turbante, un abanico, incensarios, instrumentos musicales, una pipa, o el propio baño, como en este caso, le permite que sus mujeres tomen posturas exóticas y de cierto tono lascivo. Ese atrevimiento por ser diferente en las líneas y su descomunal dominio del dibujo, lo llevan a los altares de la pintura y se ha convertido en uno de mis pintores favoritos. 

Parte superior con la soberbia yuxtaposición de cuerpos femeninos y con el penumbroso fondo que hace contraste con la luz de las mujeres.
Su influencia es muy amplia en el arte, desde ser un referente para los impresionistas como Edgar Degas, que poseía hasta 20 cuadros del pintor. Hasta influir en nuestro gran Pablo Picasso, mencionar su obra de 1907 La Gran Odalisca a partir de Ingres, o, en mi opinión, en las mismas Señoritas de Aviñón veo mucho del sublime Baño Turco de maestro de la sensualidad femenina. Ingres creó verdaderos iconos del cuerpo desnudo de la mujer, marcó nuestra mirada y modernizó la tradición clasicista llegando al nivel de su idolatrado Rafael. En definitiva, suscribo las palabras de Vincent Pomarède, comisario del Louvre, Ingres “sentía un deseo de renovar el género, inventando otras posturas y con una nueva concepción del cuerpo humano, más basado en la luz y el movimiento”, y creo, firmemente, que lo logró.

Imágenes: Wikimedia. 

Enlace de la Exposición de Ingres en el Museo del Prado:

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