Grandes Iconos Universales XVIII: La Venus del Espejo, Velázquez, hacia 1650. National Gallery de Londres.

La Venus del Espejo. Óleo sobre lienzo, 122 cm x 177 cm.
La Venus del Espejo genera cierta controversia en cuanto a su fecha de ejecución, para la gran mayoría de críticos este óleo sobre lienzo fue realizado durante su segundo viaje a Italia, entre julio de 1649 y noviembre de 1650. Lo que si parece muy claro es que la Venus aparece citada en un inventario de 1 junio de 1651 como parte de la colección particular de Gaspar de Haro y Guzman, Marques de Carpio y sobrino-nieto del valido de Felipe IV, el obstinado Conde Duque de Olivares. Se entiende que Gaspar encargó el cuadro a Velázquez para su deleite personal, era habitual encargar desnudos utilizando la temática mitológica como excusa para no ser acusados de pecadores. Además según Dawson Carr, Haro “amaba la pintura casi tanto como amaba a las mujeres”. Sin embargo, un estudio posterior del historiador Ángel Aterido señalaba que la obra perteneció al pintor madrileño Domingo Guerra Coronel, que se la vendió a Gaspar en el año 1652. Sea como fuere el sublime desnudo pasó por muchas manos después de la muerte de Gaspar de Haro: la casa de Alba, Manuel Godoy, hasta que durante la Guerra de la Independencia la pintura es robada y llevada a Inglaterra, donde aún permanece como una de las joyas de la National Gallery de Londres. 

Venus recreándose con el Amor y la Música de Tiziano, una de las influencias de Velázquez.
La desnudez femenina era un tema totalmente inusual e insólito en la pintura española, y además es el único desnudo conservado de Velázquez, aunque por documentos de la época se sabe que al menos pintó otros dos o tres, probablemente otras Venus, como una Venus reclinada. El tema del desnudo femenino no estaba muy bien visto en la España del siglo XVII, era pecado mortal y una falta total de moralidad, por eso Velázquez utiliza el tema mitológico para matizarlo, aún así sólo sería apreciada en círculos intelectuales. La actitud de la España de Felipe IV hacia el desnudo no se da en Francia o en el norte de Europa, donde abundaban los desnudos mitológicos femeninos. A pesar de ello un español, quizás el pintor más grande de todos los tiempos, realizó el que puede ser considerado uno de los más hermosos desnudos femeninos de la pintura universal, en mi humilde opinión muy superior a la Maja Desnuda de Goya. Velázquez se enfrenta al desnudo femenino con todo su refinamiento y la elegancia.

La Venus de Urbino de Tiziano, inspirada en la Venus dormida de Giorgione, ambas toda una inspiración para Velázquez.
Velázquez nos presenta su versión de Venus del mismo modo que otros de sus temas mitológicos (ver Grandes Iconos Universales X: La Fragua de Vulcano), humanizando y despojando al mito de su idealismo, por la utilización de modelos humanos normales y por eliminación de elementos clásicos representativos del mito. Por ejemplo no representa a Venus con sus inseparables rosas o el mirto, y es curioso como representa una Venus de pelo castaño, cuando, tradicionalmente, Diosa del amor estaba caracterizada por su larga melena dorada. De esta forma, logra mostrarnos el mito como una acción meramente humana y mundana. El único elemento que nos dice que estamos ante Venus es la presencia de su hijo Cupido, que además aparecen representado sin su clásico arco ni sus flechas. 

Otra Venus de Tiziano, en este caso con Espejo, también estaba en la mente de Velázquez.
La obra tiene muchas influencias de Tiziano (que pintó varias Venus reclinadas y con espejo) Giorgione, Miguel Ángel o Rubens. No obstante, Velázquez llega al cenit de la representación de la diosa, al presentarnos una mujer de carne y hueso, mundana, pero de palpable carnalidad y belleza. La idea era representar a una Venus humanizada, sorprendida en su intimidad por el artista mientras un Cupido regordete sostiene el espejo donde se refleja su rostro difuminado. 

Venus del Espejo de Rubens, rubia y redondeada muy diferente a la de Velázquez.
La presencia del Espejo acentúa la sensación de profundidad de la escena, y el rostro proyectado en dicho espejo pierde la precisión de sus formas, sólo se adivina, al carecer de nitidez el rostro es cuasi irreal y simboliza el carácter engañoso de la belleza y el amor. El punto de vista elegido resulta original, la diosa está vista de espaldas recostada, lánguidamente, sobre su diván, mostrándonos su rostro reflejado en el Espejo, que sujeta el pequeño Cupido, alado y desnudo, esto es, el amor y la belleza unidos. Ese reflejo de la diosa no es real, desde ese punto de vista no deberíamos ver su rostro sino su cuerpo, evidencia del pudor del artista. Sobre el espejo encontramos una cinta rosácea de seda, símbolo de la atadura que en el amor provoca la Belleza. Velázquez utiliza con frecuencia el recurso del espejo en sus cuadros (Cristo en Casa de Marta o Las Meninas) para jugar con la profundidad y el espacio, y hacer participe al espectador de la obra. Con la inclusión del espejo logra que la diosa mire hacia fuera del cuadro, hacía el espectador.

Detalle del irreal reflejo del rostro de Venus en el Espejo.
La composición es sublime y está marcada por el cuerpo de Venus, que separa la obra horizontalmente en dos partes, también podemos apreciar dos líneas perpendiculares, la que forma horizontalmente el cuerpo de Venus y la vertical del cuerpo de Cupido. Mientras que las curvas del cuerpo, del cortinaje o las sabanas otorgan movimiento y ritmo a una escena marcada por la calma y el deleite sereno por la observación la Belleza en si misma. La genialidad del pintor consigue que nuestra mirada se centre en el cuerpo desnudo de Venus, rebosante de luz y claridad, punto central de la obra. Y lo logra con su extraordinario dominio de la luz y de los armoniosos contrastes de luces y sombras.

Parte inferior de la composición donde apreciamos el movimiento de los pliegues y la luminosidad del cuerpo de Venus.
Es magnífica la combinación de tonos de los pliegues de las sabanas, que se adaptan al cuerpo de Venus, utilizando un tono claro inferior seguido de un tono oscuro. Ese contraste ente el paño azul y blanco resalta aún más la carnalidad y sensualidad del sinuoso cuerpo de la Diosa, de una delicadeza sublime. Además Velázquez añade un fondo marcado por un paño o cortinaje rojo que logra centrar la mirada del espectador en la Diosa y en Cupido, todo con una pasmosa naturalidad y teatralidad. 

Detalle del grácil Cupido sosteniendo el Espejo.
Velázquez utiliza una pincelada muy suelta, cuasi impresionista, los contornos de las figuras se nos muestran difuminados, creando esa sensación propia de que circula aire entre las figuras, un aire iluminado y una profundidad visual donde estriba la genialidad de Velázquez. Su gama y amplitud cromática es muy rica y apreciamos su gran maestría a la hora de combinar y fundir los colores haciendo que los detalles sean sugeridos. En La Venus del espejo encontramos los famosos arrepentimientos de Velázquez, ya que sus cuadros son fruto de una lenta y profunda meditación que no parecía acabarse nunca, pues nos consta la frecuencia con que volvía sobre sus obras, en principio ya "acabadas", para corregirlas, si con ello consideraba que podía mejorarlas. De manera que, sabemos que cambia la posición del brazo en el que Venus apoya su cabeza, que antes estaba más elevado, o modifica su cabeza, que en principio estaría más vuelta hacia la izquierda.

Parte superior en el que apreciamos el teatral fondo rojo y a la derecha el brazo de Venus que fue cambiado por Velázquez en uno de sus célebres arrepentimientos. 
La Venus del Espejo es la más carnal y original representación de la diosa de la Belleza, a la que muestra calmada en su intimidad, y nos convierte como espectadores en voyeurs de lujo al permitirnos observar una Venus totalmente absorta y llena de carnalidad. Significados y simbolismo se le han dado muchos, para algunos representa la Belleza absoluta o general, al verse difuminado el rostro en el espejo puede aludir a cualquier tipo de belleza. Otros afirman que representa a una Venus esclavizada por su Belleza y su narcisismo, que le obligan a mirarse constantemente en el espejo. 

Centro de la composición en el que apreciamos la elegante sensualidad y la sublime combinación de tonos que logran centrar nuestra mirada en el cuerpo de Venus.
En definitiva, estamos ante la diosa Venus más humana y natural, con una gran influencia posterior en el impresionismo de autores como Manet. Esa humana carnalidad, que el genio de Velázquez otorga a su Venus, pudo ser la acusante de que marzo de 1914 fuera atacada con un hacha de carnicero por una sufragista, Mary Richarson, quedando gravemente dañada. Por lo que requirió de una larga restauración, en la que fue limpiada en exceso. Un hecho que muestra que estamos ante otro gran icono universal que ha marcado y sigue marcando la mirada del Hombre.

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