Pasajes de la Historia XXIII: La Expulsión de los Moriscos en 1609.

Expulsión de moriscos desde el puerto de Denia (Alicante).
Año 1609 Felipe III, según J. Lynchel rey más perezoso de la Historia de España”, decide de forma sorpresiva la injusta expulsión de unos 300.000 moriscos por motivos religiosos, por su islamismo. La excusa fue la religión y la seguridad del Estado nacional, pero el trasfondo de la expulsión es un intento de la Monarquía de la lavar la cara ante el pueblo, que como otras muchas decisiones de Felipe III no da los frutos deseados. Una deportación cuestionable desde todos los puntos de vista, en primer lugar, significó un duro golpe para la población y la economía del país, y en segundo lugar, se expulsaba a cientos de miles de súbditos de la corona española, entre los cuales se contaban miles de cristianos confesos, por lo que tampoco estaba justificada la expulsión desde el punto de vista religioso. Una decisión a todas luces errónea de un rey piadoso, frívolo y apático cuyas “... ideas políticas se basaban en la convicción de la misión divina de la monarquía española e identificaba los intereses de la religión con los de España”, según palabras del propio J. Lynch. No obstante, por pereza o por cierta cordura no trata de emular a su padre, Felipe II, reconoce su limitaciones y toma una decisión sin precedentes, delegando su poder en un ministro principal o valido, el elegido fue Francisco Gómez de Sandoval, el Duque de Lerma. Lo que supone el paso del gobierno personal al régimen de valimiento, pero con la continuidad de las instituciones, ya que España seguía gobernada por el sistema de consejos ideado por los Austrias. 

Felipe III.
La minoría religiosa morisca llegó a la península a inicios de la mal llamada Reconquista, una minoría que se ve obligada a convertirse en 1502 mediante un Decreto que obligaba a los musulmanes a convertirse al catolicismo, llamados desde ese momento "Moriscos". Pero su situación, en la práctica, no cambió demasiado, la mayoría seguían procesando la fe musulmana, a pesar de su bautismo, y los moriscos se veían relegados a barrios marginales y aldeas rurales segregadas. La situación entre cristianos y moriscos fue creciendo en tensión, se ejemplifica en la guerra civil que se produce en Granada en 1568, por el intento de hacer ilegales muchas costumbres moriscas, tras el conflicto los moriscos de Granada quedan repartidos por Castilla, en otro intento fallido de integración. Ante la nula integración de los moriscos y su fallida conversión al cristianismo empiezan a su surgir ideas favorables a su expulsión, ya que para muchos la minoría morisca constituía un riesgo nacional. Ya Felipe II en 1582 llegó a aprobar un edicto de expulsión, que nunca se llevó a cabo, siendo Felipe III y su válido el Duque de Lerma los que se ponen manos a la obra desde 1598, hasta que se aprueba el definitivo edicto de expulsión de toda la comunidad morisca en 1609.

Retrato ecuestre del Duque de Lerma, por Pedro Pablo Rubens, 1603.
Una maniobra política que generaba problemas logísticos, como era el traslado de 300.000 personas al norte de África en pocas semanas, una empresa descomunal que se hizo en líneas generales de forma ordenada. Los moriscos tenían tres días para abandonar sus casas, y vender o llevarse consigo sus bienes muebles, sin embargo sus tierras y casas eran entregadas a sus señores como compensación por pérdida de vasallos. Una vez pasados esos tres días debían presentarse en los lugares de embarque. La comunidad morisca más numerosa era la de Valencia, que son los primeros en salir, posteriormente marcharon los de Andalucía, Castilla y Aragón. La mayoría de los barcos salieron entre octubre de 1609 y mayo de 1610, y es curioso como muchos moriscos se fueron antes del edicto, e incluso ven de forma favorable la expulsión cansados de estar explotados por la nobleza. Sin embargo, las noticias que llegaban de como se recibía en el norte de África a los expulsados hizo que muchos intentaran quedarse. Se hablaba de ataques de nómadas, que robaban a los moriscos y violaban a sus mujeres. El ambiente se fue poniendo violento, aunque hubo pocos movimientos de resistencia violenta (destaca en el que produce en Valencia), que fueron sofocados con dureza por la corona. Felipe III expulsó a todos los moriscos, y junto al Duque de Lerma y los que abogan por la expulsión lo celebraron, para ellos era el final definitivo de la Reconquista frente al Islam.

Puente de Ronda, zona que vivía la primera revuelta morisca de 1568.
La propaganda de la época exponía una situación de máxima tensión entre moros y cristianos, además de nula integración de los moriscos. Pero historiadores como A. Domínguez Ortiz han matizado, en gran medida, esa visión tradicional diciendo que la realidad de los moriscos era muy heterogénea y dependía de la zona de residencia. Como ejemplo señalar que la integración de los moriscos de Castilla era mucho mayor que la de los Valencia, y que no había un clamor popular general contra los moriscos. En cuanto a su fe musulmana se reducía a algunas costumbres o señas de identidad, muchos al llegar a África no se adaptan a la riguroso y ortodoxo Islam. Es curioso como los de mayor nivel social se convirtieron de forma sincera al catolicismo. Por lo que, aunque en su momento Felipe III y su valido tratan de ocultarlo, ni la Iglesia Católica española ni el Papa estaban de acuerdo con la decisión de expulsión, ya que entre los moriscos había miles de cristianos sinceros.

Expulsión de moriscos, gradado de Vicente Carducho.
La razón fundamental de la expulsión de los moriscos es política, la minoría morisca es acusada de traición, de conspirar con los enemigos de la corona para facilitar una invasión, un delito que justificaba la deportación. Y como trasfondo de tal acusación la brutal intolerancia religiosa de la Monarquía de Felipe III y de su válido, obsesionados con la uniformidad católica. La expulsión estaba fundamentada jurídicamente en una falacia, que no era otra que los moriscos planeaban una gran conspiración en convivencia con el sultán de Marruecos, un tal Muley Cidán. Una ficción que nos indica la improvisación del gobierno de Felipe III y que la expulsión fue una decisión repentina y poco meditada. Ya que el Duque de Lerma y señor de Denia (muchos de los moriscos eran sus vasallos) eran contrario a la expulsión. Pero cambió de opinión, muy posiblemente, por la política internacional. ya que en ese mismo 1609 se firmó la tregua de los 12 años con Holanda, lo que suponía reconocimiento oficial de la existencia del reino Holanda, y una importante cesión y pérdida de poder internacional de la corona española. Por lo que como compensación, para lavar la imagen de la corona y como acto de firmeza, se decide la expulsión de la minoría morisca. En una decisión precipitada, para impulsar la imagen de la Monarquía española como adalid de la fe católica europea. Sin la tregua con Holanda quizás no se hubiera dado nunca la expulsión de los moriscos. 

Desembarco de moriscos en el puerto de Orán.
El destino final de los moriscos fue, principalmente, Marruecos (sobre todo en Fez) aunque también muchos marcharon a Túnez e incluso cruzaron los Pirineos hacía Francia e Italia. Lo que está claro es que la expulsión de 300.000 súbditos para lavar la imagen de la corona española fue un gran error, y un gran golpe económico y social, que no hizo otra cosa que acrecentar la crisis y decadencia de la Monarquía española con los Austrias menores. Un hecho esclarecedor es que Felipe III, según los cronistas de la época, muere en 1621 arrepentido de haber abandonado el poder en manos de los validos, y de muchas decisiones tomadas. Como la injusta expulsión de los moriscos, un ejemplo más de que España lleva muchos siglos siendo un país liderado por nefastos políticos y gobernantes.   

Bibliografía: 
A. Domínguez Ortiz. Instituciones y sociedad en la España de los Austrias. Ariel, Barcelona, 1985. A. Marcos Martín. España de los Siglos XVI, XVII y XVII. Economía y Sociedad. Crítica. Barcelona, 2000. 
J. Lynch. Los Austrias 1516-1700. Crítica. Barcelona. 2000. 
J.H. Elliott. La España imperial 1479-1716. Vicens-Vives. Barcelona, 1979

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