Personajes singulares de la Historia XIV: Enrique VIII.

Enrique VIII, por Hans Holbein, el pintor alemán de la corte inglesa.

Todo comienza a inicios del siglo XVI, nuestro protagonista, Enrique VIII, se casa con la viuda de su hermano Arturo, la española Catalina de Aragón. Una mujer muy preparada y culta, ya que sus padres. los Reyes Católicos, se preocuparon de que recibiera una formación muy amplia en latín, en el catolicismo, e incluso en idiomas, como francés e inglés. El matrimonio, en principio, era propicio para ambos, Enrique y Catalina compartían el gusto por la caza, la corte, los torneos, las conversaciones de política o teología, de manera que, su unión se prolongará más de veinticuatro años. Una prueba de la afinidad entre los cónyuges es que en 1513 cuando Enrique se lanza a la guerra con Francia, nombró como regente en su ausencia a Catalina, valorando su papel de gran confidente del rey y su inteligencia. Y esa decisión se reveló como acertada, cuando la reina reaccionó con presteza y decisión ante la invasión escocesa de Inglaterra, aprovechando la ausencia del rey, Catalina se mostró firme y consiguió derrotar a los escoceses. Todo parecía de color de rosa en un matrimonio absolutamente asentado, pero los problemas se inician con el año 1516 cuando Catalina da a luz a una niña, María. Mientras Enrique estaba obsesionado con tener un hijo varón, para su linaje se consolidara en el trono y mantener al margen a la nobleza con derechos al trono. Su falta de hijos varones fue minando su mente, y además encontró en la Biblia un pasaje del Levítico, en el que se decía que se castigaría sin tener hijos varones a aquel hombre que se casará con la esposa de su hermano, por lo que su idea de un castigo divino hacia su persona fue aseverada. No obstante, Enrique estaba casado con la tía del poderoso emperador Carlos V y no podía arriesgarse a peder a su aliado español por rechazar a su culta mujer. 

Catalina de Aragón.

No obstante, Enrique VIII estaba obsesionado con que su falta de un heredero varón era fruto de un castigo de Dios por su matrimonio incestuoso. Y además va a entrar en escena un personaje clave, la bella y culta cortesana Ana Bolena. Estamos en el carnaval de 1526, cuando Enrique se enamora de Ana y empieza a cortejarla y agasajarla con costosos regalos. Su deseo y amor por Ana le llevan a decir a Catalina que iba a romper su matrimonio, y que le había reclamado al Papa la anulación de sus votos. Sin embargo, los esposos mantuvieron las apariencias hasta que llegará la decisión final de Roma, y se mantuvo este triángulo amoroso. En el año 1528 un legado papal llega a Londres con la ardua tarea de reconciliar a los reyes, y de no ser posible, convencer a la reina Catalina que dejara su vida pública e ingresara en un convento. La llamada “Gran Cuestión del Rey” derivó en un proceso judicial en mayo de 1529, en dicho tribunal el rey se defendió con su cita del Levítico, mientras que la reina intentó defender su virginidad en el momento de casarse con Enrique, jurando solemnemente que “el príncipe Arturo no había consumado el matrimonio, que de los brazos de su primer esposo entró en este matrimonio como una mujer virgen e inmaculada”.

Ana Bolena.

El proceso fue largo y en su fugaz momento la reina se levantó y se arrodilló ante Enrique, a modo de suplica, y dijo “de mí habéis tenido diversos hijos, aunque ha agradado a Dios llevarlos de este mundo”. El tribunal declaró a Catalina rebelde, y el proceso judicial siguió, pero fue un absoluto fracaso, no se llegó a ninguna conclusión, y el legado papal se lavo las manos en el asunto. Este fracaso se llevó por delante a su ideólogo, el canciller Wosley, que será sustituido por la nueva mano derecha del rey, Thomas Cromwell, reformista y cercano al luteranismo. Thomas enfrentó a Enrique con Roma definitivamente, ya que convenció al rey de que una ruptura con la autoridad de Roma impulsaría sobremanera su poder, ya que se adueñaría de los diezmos de la Iglesia. Cromwell tejería toda una tela de araña sobre el rey que llevaría a la famosa reforma dictada por el parlamento en 1533, la llamada Acta de Restricción de Apelaciones. Por la que Catalina dejaba de ser oficialmente esposa de Enrique, ya que la nueva ley establecía que las apelaciones sobre asuntos de la Iglesia ya no se dirimían en Roma, sino en suelo inglés. 

Ana Bolena en el cadalso de la Torre de Londres.

Tras la reforma, llegó la lógica coronación de Ana Bolena, que ya estaba en cinta, como reina de Inglaterra, en junio de 1533. Y comienza todo un periodo de intrigas amorosas y de sucesivos matrimonios de Enrique VIII, ya que pronto se ven las dificultades para la nueva pareja real. Ana en su nueva condición de reina, no toleraba los escarceos y galanterías de su esposo con otras mujeres de la Corte, como era habitual en el periodo de embarazo de una reina. Enrique le respondió que aguantara y que cerrara los ojos “como habían hecho otras mejores que ella”. Pero Ana recelaba de la afinidad del rey con la católica cortesana Juana Seymour, que parece ser que fue utilizada por la facción católica para separar a Bolena del rey. Esos celos de Ana conducen a que 1534, para acabar con la oposición a su matrimonio, Enrique firmará, tras ser excomulgado por Clemente VII, la célebre Acta de Supremacía. Con ella se consumaba la ruptura con Roma, y se le otorgaba al rey inglés el gobierno de la Iglesia, como Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra. A Enrique VIII se le entregan todas las competencias eclesiásticas, como el derecho a luchar contra las herejías y el de excomulgar. Hay que mencionar que otra de la víctimas de la frivolidad y sinrazón de Enrique fue Tomas Moro, ya que se negó a verse envuelto en el turbio asunto del divorcio de Catalina, y se negó después a prestar juramento a la ley de desheredaba a la hija de Catalina, por lo que fue ejecutado por orden del rey en 1535 y en el cadalso pronunció sus últimas palabras “... en la fe y por la fe católica, buen servidor del rey, pero primero de Dios”. 

Juana Seymuor, por Hans Holbein.

Sin embargo, Ana había dado a luz otra hija para Enrique, Isabel, no quedando satisfechos los deseos de tener un heredero varón. A esto se une la muerte de Catalina, en absoluta soledad, a principios de 1536, y el rey culpa de esa solitaria muerte de Catalina a su amante Ana Bolena, que le había seducido y alejado de la buena Catalina. En esos momentos entra en escena T. Cromwell, el principal protestante y ejecutor de la reforma de la Iglesia de Inglaterra. Que es buscado por la facción católica para urdir un complot para derrocar a Ana, esa alianza entre conservadores y reformadores acaba definitivamente con Ana Bolena. Cromwell acusa a Ana de haber seducido a hombres de la corte para que la ayudaran a tramar un regicidio. Las insinuaciones de Cromwell, dadas las circunstancias, fueron suficientes para convencer a Enrique, y Ana fue condenada a muerte a sus 35 años. Se nos cuenta como Ana Bolena acepto su muerte con gran dignidad en su camino hacia el patíbulo en la famosa Torre de Londres. Curiosamente, al día siguiente de la muerte de Ana, el frívolo Enrique contrae matrimonio con Juana Seymour, y la alianza entre católicos y Cromwell se rompe. Cromwell había conseguido su objetivo, y como favorito del rey desarrolla toda una serie de medidas reformadoras como: confiscación las tierras del clero, disolución monasterios, se suprimen las órdenes religiosas. Juana intenta interceder en favor de las Abadías, pero el rey le insta a callar o de lo contrario acabará como Ana Bolena. 

Thomas Cromwell.

Mientras las reformas religiosas continúan, se redacta una confesión de fe, los llamados Diez artículos en 1536, con los que se reducen a tres los sacramentos (bautismo, penitencia, y comunión), y queda rechazada la intercesión de los santos. Unas reformas que provocan la reacción de los súbditos fieles al catolicismo, sobre todo del norte del país, en la llamada Peregrinación de la Gracia. Una reacción bien organizada que amenazaba la autoridad de del rey y de su política religiosa reformista, no obstante, fue reprimida con dureza, hubo cientos de ejecuciones públicas. Mientras todo cambia en Londres cuando la nueva reina Juana da a luz la primer hijo de Enrique, Eduardo, que fue proclamado nada más nacer príncipe de Gales y heredero al trono ante el regocijo de su padre, y de la facción católica, representada por la familia de Juana. Pero el infortunio se ceba con ella al caer enferma después del paro y muere doce días días después del nacimiento de su hijo Eduardo. Con premura Cromwell se dispone a buscar una esposa protestante para el rey, y la elegida fue Ana Clèves, joven princesa de 23 años, de uno de los pequeños estados protestantes del Sacro Imperio.

Ana Clèves.

La estrategia de Cromwell estaba clara, al saberse aislado, por la condena del Papa, y por el malestar del emperador Carlos V, por el agravio sufrido por su tía Catalina, intenta una alianza con los estados protestantes de Europa. El matrimonio entre la joven Ana y Enrique no llega a ser consumado, el rey se siente mal aconsejado por Cromwell. Un Cromwell que, ante el fracaso de su plan, pierde autoridad política, a lo que se une el repentino interés de Enrique por la bella adolescente Catalina Howard, sobrina del duque de Norfolk. El fracaso de Cromwell queda representado en la final anulación del matrimonio con Ana Clèves, alegando la no consumación del la unión. Y el duque de Norfolk, con su renovado poder, conspira contra Cromwell, que es condenado a muerte en julio de 1540. Lógicamente, este hecho y el nuevo matrimonio del rey con Catalina, hizo prosperar a la facción católica, y Enrique detiene las reformas y regresa a la ortodoxia. E incluso muchos luteranos reformadores son perseguidos, mientras la facción católica de los Howard controlan la corte. 

Catalina Howard.

Enrique VIII, a sus 48 años, empieza a padecer una grave enfermedad tenía úlceras en las piernas, unas trombosis sangrantes que le generaban grandes dolores y cambios de humor repentinos. Mientras los reformistas temían que Inglaterra regresa a la obediencia a Roma, por lo que se desata una nueva intriga cortesana para acabar con otra reina más. De manera que, la nobleza protestante filtró supuestos rumores sobre el pasado de Catalina Howard, en los que se la acusaba de llevar una vida de vicios y excesos antes de casarse con Enrique, y éste se deja influir por los rumores y la repudia. Otra reina que fue procesada por tradición, y ajusticiada y degollada en el mismo cadalso de la Torre de Londres, donde se había sido decapitada a Ana Bolena seis años atrás. La locura y frivolidad de Enrique no había dejado de crecer de forma exponencial desde su separación de Catalina de Aragón, ya había mandado decapitar a dos esposas y a su canciller. Además su enfermedad avanzaba y cada vez estaba más incapacitado.

Enrique VIII y su familia por Hans Holbein.

La famosa Torre de Londres.

Una incapacidad que no impidió que contrajera matrimonio por sexta y última vez, con otra noble cortesana viuda llamada Catalina Parr, la tercera Catalina de su vida. Ella contaba con treinta años, y una larga experiencia en el cuidado de ancianos, ya que había ejercido las veces de enfermera de sus dos esposos anteriores. Por lo que era ideal para Enrique, ya que también era muy culta y una erudita en teología, llegando a publicar algunas obras sobre el Evangelio. Pero además de enfermera Catalina Parr tuvo una importante labor de mediadora, entre el soberano y sus hijos, logrando su reconciliación, y entre las facciones católica y reformadora de la corte. Su condición de madrastra compresiva y conciliadora la diferencian de las anteriores y malogradas esposas de Enrique, y le hace sobrevivir en la corte hasta la muerte del rey en 1547.

Catalina Parr.

En definitiva, los devaneos matrimoniales de Enrique VIII se explican por su frivolidad y por su obsesión por un heredero que asentará su dinastía y evitara las guerras civiles del pasado. Ese bagaje matrimonial de Enrique tiene como consecuencia toda una reforma de una Iglesia nacional, por el capricho de un soberano, que, por otra parte, era un devoto católico. Según el modernista francés Bartolomé Bennassar estamos ante un claro ejemplo “... de una reforma querida y dirigida por el príncipe que a pesar de su carácter artificial original, se mantiene hasta época contemporánea, sin duda porque respondía a una necesidad”. Y yo no puedo estar más de acuerdo con él, la necesidad de consolidar la dinastía Tudor lleva a reformar una Iglesia. Una dinastía Tudor que va a seguir con sus sempiternos problemas para perpetuarse y con las controversias religiosas. Con Eduardo VI, sucesor de Enrique, que es sucedido por su hermana mayor, la católica María, conocida como “la sanguinaria” (Bloody Mary), por su cruel represión del protestantismo, sin poder imponer el regreso a la ortodoxia católica. El anglicanismo no se afianza hasta el reinado Isabel I, con la elaboración los Treinta y Nueve artículos base de la Iglesia anglicana, que queda finalmente sometida al mandato real, convirtiéndose en el elemento sustancial de identidad nacional inglesa. 

Bibliografía: 
A. Weir. Enrique VIII. Ariel, Barcelona, 2003. 
B. Bennassar. Historia Moderna. Akal. Madrid, 1998. 
A. Fraser. Las seis esposas de Enrique VIII. Barcelona, 2005.

Comentarios

  1. Muy interesante. A mi me gusta mucho la Historia; pero la verdad se hace pesado tragarse esos "tochos" que se encuentra uno a veces; sin embargo de esta forma, no cuesta nada porque está redactado de forma amena.
    Saludos

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    1. Muchas gracias por tus palabras Selegna, y por acercarte a Mundo de Babel. Me alegra mucho que te haya resultado ameno e interesante mi acercamiento a la figura de Enrique VIII. Un cordial saludo.

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    2. Fascinante la historia, y de esa manera tan digerible es aún mejor, gracias por compartirlo!
      Saludos.
      Luz María

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