Extremadura Arqueológica I. El Santuario Protohistórico de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz)

Reconstrucción ideal del santuario.

Junto a un arroyo del valle de la Serena se sitúa uno de los yacimientos más importantes y mejores conservados de Extremadura. Un hallazgo arqueológico que como en muchas otras ocasiones se va producir de forma casual. El yacimiento formaba un túmulo, denominado, por los lugareños, La Torruca, que quedaba dividido por dos fincas limítrofes. En 1978 uno de los dueños de la fincas intenta desmontar su mitad del túmulo, para convertir ese lugar en una huerta, encontrando grandes dificultades para el desmonte ante la construcción oculta que albergaba. En esos trabajos se extrajeron gran cantidad de materiales arqueológicos, que no van a pasar desapercibidos para los eruditos del pueblo. Finalmente las piezas van a pasar al museo arqueológico de Badajoz, que será el impulsor de una excavación sistemática en la zona. En definitiva sin esos trabajos de desmonte del dueño de la finca nunca podríamos haber hallado tan espectacular edificio. La investigación va ser dirigida por el profesor Maluquer, y ante la importancia del yacimiento pronto fue declarado Bien de Interés Cultural por la Consejería de Cultura, iniciando los trámites, siempre lentos, para la expropiación del terreno, el cerramiento y la cubierta del yacimiento, algo que no se culminó hasta 1986.

Estructura de la inicial cabaña de culto

En un pequeño valle flanqueado de cadenas montañosas de gran riqueza agrícola, junto al arroyo Cigancha, que aseguraba agua durante todo el año. Se va situar a principios del s. VI a.C. un santuario-palacio de una extraña arquitectura, al estar realizado en adobe, con las paredes blanqueadas y suelos cubiertos de una fina capa arcillosa. En principio era solo una cabaña de piedra y adobe que debió tener un carácter religioso bastante importante, como para generar las posteriores construcciones. Ya que la inicial cabaña va a ser demolida para construir un nuevo edificio, aprovechando sus materiales para levantar los cimientos. Se trata de un santuario orientalizante con una simétrica planta. De nuevo con paredes de adobe enlucidas de blanco, y en su interior unos elementos de tipo cultual elaborados con un cuidado no repetido en los posteriores santuarios. Lo que ocurre es que la construcción del santuario posterior hace que no podamos conocer buena parte de la superficie original del edificio. No obstante si se ha conservado la denominada habitación principal, en la destaca un altar circular situado en el centro de la estancia. Este tipo de altares se atestigua en el mediterráneo desde la Edad del Bronce, en los que se realizan desde sacrificios de animales a libaciones de agua. La lógica nos dice que ante las nuevas necesidades de espacio por la intensificación del ritual religioso se decida la destrucción del santuario, para la construcción de otro con mayor complejidad y superficie.

De manera que sobre las ruinas del anterior se va construir un nuevo edificio respetándose la planta principal y la habitación de culto. Este nuevo edificio se estructura a su vez en varias fases constructivas, con sucesivas reformas, ampliaciones e incluso clausura de espacios que denotaban gran actividad durante su existencia. Consta de tres cuerpos principales a los que se accede desde una gran habitación rectangular alargada, que distribuye los espacios. Destacando la denominada habitación 7, auténtico espacio sagrado del complejo, con su central altar en forma de piel de toro (de influencia fenicia). Un edificio que por causas que aún se desconocen va a ser destruido de forma sistemática y siguiendo las mismas pautas que se utilizaron para demoler el complejo anterior. Sobre sus ruinas se construye a principios del siglo V a. C. un nuevo santuario, sin modificar en exceso la planta preexistente, aunque aumentando su superficie, el definitivo palacio-santuario de Cancho Roano. Los tres edificios sucesivos van a tener la misma orientación al sol naciente y similares características constructivas, con esa sala de culto principal y altar que va a mantener siempre el mismo emplazamiento.

Plano general de Palacio-Santuario de Cancho Roano.

Este tercer complejo arquitectónico de planta cuadrangular cuenta en su centro con un edificio principal constituido por once habitaciones y un patio de 100 metros cuadrados, en cuyo centro se encuentra un gran pozo que aún hoy mantiene un buen nivel de aguas. Un patio que debió funcionar como recibidor, dando paso al corredor (H-2) que ejercía la función de espacio distribuidor de las distintas zonas del santuario. Todo el edifico va a estar encintado por una terraza ligeramente ataludada realizada con piedras calcáreas de gran tamaño perfectamente cortadas. Su interior se construyó sobre potentes basamentos de piedra encima de zanjas que parten de la propia roca virgen del terreno. La fachada principal, siempre orientada al este, conserva los restos del enlucido rojo que cubrían en su totalidad el santuario. Y toda la parte inferior de la fachada exterior estaba forrada con lajas de pizarra, con la doble función de realzar la construcción y evitar las humedades. Tanto el corredor como las diferentes áreas de ofrendas (H-3,H-4,H-5,H-6) y almacén rodean el espacio sagrado fundamental (H-7). Estancia más importante de todo el conjunto monumental, que destaca por la ausencia de cualquier puerta o vano de acceso a su interior, lo que ha hecho pensar a los investigadores que tenía el acceso por el techo, por una escalera que la comunicaba con el piso superior. También es desconcertante la total ausencia de restos en su interior, pero el hallazgo más destacable es el gran pilar de adobe que se sitúa en el centro de la estancia, exactamente en el eje donde se situaron los altares de los santuarios anteriores. Parece ser que el culto se trasladaría a la planta superior lo que explicaría la ausencia de restos en la habitación y la prolongación del pilar hasta la parte superior, para marcar el eje de celebración del culto.

Vista infográfica del santuario, señaladas en rojo las estancias perimetrales.

Ese edificio principal estaba rodeado por un pasillo que lo comunicaba a toda una serie de habitaciones perimetrales o capillas rectangulares, que en principio se interpretaron como las estancias del personal que atendía el santuario. Pero las sucesivas excavaciones sacaron a la luz, en esta zona perimetral, numerosos restos de jarros, de braseros de bronce, de urnas cinerarias. Unos elementos que han acabado confiriendo a la zona una clara funcionalidad cultual ligada al santuario, por lo que serían habitaciones para guardar ofrendas. Como ejemplo citar la estancia N-6 donde apreció una olla repleta de huesos de cabra quemados, junto a asadores de bronce vinculados al consumo de carne en un ritual. Destacar que todas las zonas de especial significado cultual del santuario tenían sus suelos cubiertos de arcilla roja.

Reconstrucción de la estancia N-6.

El conjunto arquitectónico contaba además con una entrada monumental, de parejo irregular con piedras de gran tamaño, que se adosa a un terraza, a modo de pequeña muralla defensiva, dividida en dos tramos de 8 metros cada uno para permitir el paso hacia el interior del santuario. Todo su frente está enlucido de mineral blanco y estaba protegida por dos torres. El elemento más significativo de la entrada es la estela de guerrero que hace las funciones de primer peldaño de acceso al edificio, con una clara intencionalidad simbólica, religiosa y emblema del poder del santuario. Unas estelas muy difundidas por todo el oeste y sur peninsular durante el Bronce Final, unos trescientos años antes de la construcción de este último edificio.

Hay que añadir que un foso lleno de agua rodeaba y delimitaba todo el complejo monumental de Cancho Roano, sólo interrumpiéndose para permitir el acceso al santuario, con una longitud total de 210 metros. Un foso que no supone un sistema defensivo infranqueable, pero junto con las rampas de arcillas, la terraza, las dos torres, dan la conjunto un aspecto de un innegable solidez. Foso que además proporcionaría agua en épocas estivales o de sequía, como se documenta por la presencia de un pozo junto a al entrada del complejo y que remata el foso en su parte oriental. Destacar que todo el fondo del foso estaba completamente lleno de huesos de animales, entre los que destacan diecisiete équidos, que no presentan huellas de haber sido sometidos a trabajos de tracción o monta, por lo que su presencia parece responder a fines rituales. La construcción de una entrada y un foso de tanta envergadura se vinculan a una perfecta organización del trabajo, y todo un gran esfuerzo comunal vinculado al rito religioso. En relación a los materiales, que destacan por su gran estado de conservación, aparecen todo tipo de cerámicas y ánforas para almacenamiento de gran tamaño, incluso con presencia de cerámicas griegas. Objetos de hierro y bronce destacando la profusión de elementos relacionados con los caballos, como son los arreos ecuestres, además objetos de oro y plata de variada tipología.

Vista del yacimiento con el foso.

Finalmente se produce a la destrucción del santuario, un proceso destructivo que nos indica con total claridad la funcionalidad religiosa del conjunto, ya que todos los elementos de prestigio se han encontrado en la posición original que tenían cuando fue destruido. Algo que podía deberse a una huida precipitada de sus habitantes, pero el sellado de todos los vanos y la entrada hace poco plausible esa hipótesis. Antes de la destrucción se celebró una gran ceremonia final, marcada por un banquete ritual en el que se consumieron un buen número de animales, como demuestra la presencia en el foso de esos diecisiete caballos. Tras el banquete se procedió a la destrucción del conjunto religioso, prendiendo fuego al edificio principal y a las estancias perimetrales, y como último esfuerzo colectivo se tapo el complejo con una capa gruesa de tierra. Esta destrucción ritual, cuyas causas no están muy claras, pudo coincidir con una etapa de desestabilización y crisis social que se produce a finales del siglo V a. C.

Vista aérea del yacimiento.

Como conclusión profundizar en la significación de este complejo de marcado carácter religioso. Cuya original planta responde a las necesidades propias del santuario, no obstante deriva de los modelos fenicios que se extendieron por todo el Mediterráneo occidental, y calaron con fuerza en el mundo tartésico. Tartessos ese mítico reino del mediodía peninsular, cuya influencia deja una fuerte huella en la zona extremeña, y que hacia el siglo VI-V alcanza un gran desarrollo económico y extraordinaria complejidad social. Un hecho atestiguado por la grandiosidad de este edificio, que también puede relacionarse con los santuarios fenicios, como el del Carambolo (Sevilla), lo que convierte a Cancho Roano en uno de los yacimientos protohistóricos más importantes de España.

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