El Bosco: mundo espiritual y temores del fin medievo.

La mesa de los siete pecados capitales. Museo del Prado.

Hieronymus Bosch (1450-1516), es el más original de los pintores góticos denominados "primitivos flamencos", al lograr crear un mundo extraño lleno de temas alegóricos, ironía burlesca, imaginación, fantasía. El Bosco no se conformaba con la contemplación de la naturaleza, siendo un antecedente remoto del surrealismo del s. XX, por generar un universo caótico y tenebroso colmado de deleites y horrores, que es fiel reflejo del mundo espiritual de fines de medievo. Marcado por una espiritualidad y religiosidad violenta, dominada por el maniqueísmo, la pugna entre el bien y el mal, entre Dios y el Diablo. Un sentimiento espiritual incentivado por la Iglesia, que había utilizado la difusión del miedo, para aumentar su número de fieles y mantener el control social. Lo que genera la proliferación de numerosas sectas y herejías, que son los antecedentes remotos del reformismo posterior de Erasmo y Lutero. Unas herejías que durante el siglo XV no lograr alterar la corrupta jerarquía eclesiástica y monástica. Defendida por hermandades, que difundían ese temor entre las gentes, y El Bosco formaba parte de una de las más radicales, la Cofradía de Nuestra Señora, organización que condenaba constantemente esa sociedad depravada y abandonada a los placeres terrenales.


La Creación del Mundo


De modo que El Bosco es un hombre de su tiempo, con una postura espiritual radical, y su obra es un reflejo de esa espiritualidad de fines del medievo. El Bosco no es apología del delirio y el desenfreno, es condena de los placeres y pecados mundanos. A pesar de representar la más absoluta ortodoxia eclesiástica, su obra pictórica se nos revela como mágica, como unos de los mayores alardes de creatividad y libertad artística de la historia, con una desbordante fantasía y con un esperpento surrealista adelantado a su tiempo. Siendo precedente el profundo cambio estético y de pensamiento que se va producir durante el siglo XVI.


La nave de los locos (Museo del Lovre)

Ese mundo espiritual se refleja en obras como La Nave de los locos (arriba), donde el Bosco realiza un sátira caricaturesca de esas herejías, y de la corrupción de la sociedad y del clero, personificada en seres animalizados con gestos histriónicos. O en La mesa de los siete pecados capitales, con las escenas de los pecados alrededor de la representación de un ojo divino que juzga y combate las frivolidades y vicios mundanos, que van degradando al hombre.



El carro de Heno (Museo del Prado)

Por su parte El carro del Heno (arriba), representa la degradación por las debilidades a las que está expuesto el ser humano y que le hacen ser presa fácil del maligno. De nuevo representa seres degradados y envilecidos dentro de un mundo irracional, delirante y lleno de fantasía. Es un símbolo de los placeres prohibidos, El Bosco crítica a aquellos que los persiguen esos placeres como única meta en su vida. Del mismo modo que el surrealismo contemporáneo trata de invertir las leyes de la realidad, e intenta plasmar un mundo desconcertante e imaginativo de creciente inventiva. El Bosco, con su obra llena de personajes oníricos e incluso monstruosos, intenta recrear una especie de espejismo de la realidad social, una realidad desmaterializada reflejo de la depravación humana.

El Juicio Final (Academia de Bellas Artes de Viena)

Los miedos de fines de la E. Media quedan plasmados en la obra pictórica del Bosco, lo que ha generado numerosas teorías marcadas por la contradicción y la ambigüedad. Algunos las interpretan en clave moralista, otros señalan que tenía neurosis y alucinaciones. Otra teoría muy difundida, pero no fundamentada, es la del autor Fraenger, que señalaba que El Bosco pertenecía a la secta hedonista de los adamitas, que hacía apología de los placeres mundanos y las prácticas orgiásticas. En realidad es una obra llena de fantasía, pero con un claro carácter moralista y adoctrinador. Es un mundo contradictorio, imaginativo y moralizante, que alcanza su cenit con El jardín de las Delicias (abajo)

El Tríptico del Jardin de las Delicias (Museo del Prado)
Contemplar esta obra es acercarse a una de los cuadros más enigmáticos de la historia de la humanidad, tanta creatividad e inventiva la convierte en irresistible, para un espectador que se ve sumido en un desasosiego, abrumado por la capacidad que tiene El Bosco para reflejar nuestros temores y pesadillas. Se trata de un tríptico que condensa todo un universo demencial, a modo de crítica moral de los pecados y placeres que dominan al hombre. De forma que como espectadores nos sumimos en una desquiciante atmósfera de temor y horror, provocada por la delirante fantasía. Destacando la tabla de la derecha (El Infierno) donde aparecen figuras híbridas hombre-animal, tormentos musicales, luces tenebrosas, opresión y alegorías infernales, místicas y sexuales. Esta imagen va a ser aclamada por los sectores más ortodoxos de la Iglesia, al ver en ella una gran capacidad de imponer el temor por Dios en los fieles.

Detalle del Infierno
Felipe II, nuestro príncipe cristiano, cabeza de la ortodoxia cristiana europea, tenía una especial debilidad por la obra de El Bosco. No obstante también va a despertar recelos entre otros sectores del clero, que pensaban que era una descripción demasiado explicita de los pecados. En definitiva estamos ante la obra de un genio, que ha provocado numerosas opiniones contrapuestas, pero que logra generar una emoción pocas veces igualada en el arte. Unas emociones que nos reflejan fielmente el universo de ortodoxia espiritual que dominada la sociedad de fines del siglo XV. De manera que El Bosco sería un puente entre la severidad teocéntrica del siglo XV y la revolución cultural antropocéntrica que supone el siglo XVI.

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